martes, 6 de marzo de 2012

CRISIS DE LO REAL O LA REALIDAD DE LA CRISIS

“Entre una hipótesis racional y otra delirante lo que verdaderamente motiva es escoger la hipótesis delirante”

Jean Baudrillard



Parecería que la actual crisis representaría una vuelta a la cruda realidad, a un escenario de gente real, valor real, principios reales después de una especie de orgía o desenfreno de la pura cifra, de la especulación desenfrenada en todos los ámbitos. La economía “real” sólo necesitaría reabsorber y/o eliminar como fuera toda esa burbuja de insustancial información almacenada en archivos y despejar las ficciones generadas por los espejismos de las pantallas y las hojas de cálculo. Si lo real se ha definido alguna vez como lo racional, sólo habría que reconducirlo hacia el redil de la racionalidad. Hasta ahora las crisis virtuales se producían sin consecuencias en la economía “real”. En efecto Baudrillard escribía en 1988 que la distorsión de la economía ficticia y la economía real era “la que nos protege de una catástrofe real de las economías productivas (…) una ronda orbital desenfrenada de los capitales que, cuando se desmorona, no genera un desequilibrio sustancial en las economías reales (a diferencia de la crisis de 1929, cuando la desconexión de la economía ficticia y de la economía real estaba lejos de haber avanzado tanto y, por consiguiente, la catástrofe de una repercutía sobre la otra), ya sea porque las economías reales son ellas mismas tan flotantes que hoy absorben con mayor facilidad lo que no podían absorber en 1929, ya sea porque la esfera de los capitales virtuales está tan autonomizada y orbitalizada que, eventualmente, puede proliferar o devorarse ella misma sin dejar huellas”. Sin embargo en nuestros días y por vez primera la economía especulativa ha dejado de convivir con la economía real como una galaxia paralela y de repente ha pasado a comportarse como lo han hecho los media y las redes antes que ella: colonizando hasta las zonas más íntimas de nuestras vidas.



La economía “virtual” ha adquirido tal dimensión que ha invadido a la economía real y la está fagocitando. Aún no sabemos qué modelo va a resultar de esta superposición y absorción forzadas pero lo seguro es que no vamos a volver a “economía real” alguna. Lo económico y en particular la producción, su sector más irreductible al cambio puesto que hunde sus raíces en la Revolución Industrial y la explotación de la fuerza de trabajo sufren desde hace décadas una progresiva pérdida de densidad que les hará correr el mismo destino que la estética y el gusto en la indiferencia de la moda, los contenidos de la información en los media o lo político en la desafección ciudadana: desanclaje, levedad, prêt-à-porter, ready-made, relativismo. ¿Pero entonces, contemplada a la luz de estos temas, la cuestión y la denominación de los productos financieros “basura” no debería ser revisada? el sistema actual los conceptualiza como tales porque todavía es incapaz de desenvolverse bien con una economía azarosa, que funciona a un corto plazo tan inmediato que es de facto tiempo real, que es caótica, “cuántica” (no debe extrañarnos este vocabulario; es sabido que la física siempre proyecta en el universo la forma y el funcionamiento de lo social: ambos aparecen resplandecientes en sus teorías e hipótesis y en estado mucho más puro que si pretendemos descubrirlos en lo “social bruto”; por tanto si el cosmos está siendo definido justo en los términos de los fenómenos que se están dando actualmente en lo social podemos revertir libremente la analogía a su punto de origen). De todos modos no tenemos la menor duda de que en poco tiempo el sistema aprenderá a conciliar a su favor la velocidad browniana de los intercambios con nuestras todavía demasiado lentas vidas, al igual que aumentará la aceleración de su implacable lógica en espiral y la consiguiente desustanciación del valor y de la existencia. A todo esto apunta el nuevo orden cibernético, la “sociedad de control” o como queramos llamarle (Baudrillard: la cibernética es la forma de organización que aparece cuando el sistema alcanza una determinada velocidad). Y éste tal vez sea el paso previo a la emergencia de ese estado cuántico del valor…



El inmenso lastre numérico dejado por la deuda flotante, los capitales orbitales, las nebulosas de cifras que como etéreos cúmulos circulaban más allá de cualquier conversión referencial han desencadenado de repente una tormenta, una climatología tan adversa (y como el clima tan impredecible en sus manifestaciones) que amenaza con hacernos zozobrar a todos. Como las estrellas gigantes que devoran a su gemela este desbordamiento virtual ha terminado por ejercer tal fuerza de succión que lo real ha quedado desmantelado: ¿crisis? sí, pero no real, sino de desrealización... Esta escasez de crédito, de trabajo, este atasco de las exportaciones, de las ventas… ¿no es quizás el síntoma definitivo de la transformación de nuestro mundo real -ese que existió con más o menos fortuna durante los últimos cuatro siglos como efecto de los dispositivos de producción y representación- en otra cosa? El abandono del patrón oro y el consiguiente desanclaje referencial de los capitales flotantes han sido acontecimientos paralelos a la transmutación del aparato tecnológico y mediático en dispositivos de simulación de la existencia de los viejos referentes: las masas, la opinión pública, el objeto científico... La crisis está destrozando la producción “productiva” y eso no es mera casualidad: lo virtual, lo simulado, todo aquello que ya no necesita de referencias, de realidad “de base” está exterminando por asfixia, agotamiento y desustanciación a ese inmenso escenario euclidiano en el que se enfrentaba y vinculaba a los hombres con una naturaleza, una materia “prima” objetiva y bruta que había que transformar mediante procesos dilapidadores de energías explosivas; nada que hacer hoy frente a la altísima productividad de los sectores que no necesitan de los anteriores métodos de explotación/explosión ni mucho menos de la fuerza de trabajo humana en tanto que han pasado de lo mecánico, de la máquina y lo energético al control escritural y telemático de la “producción” mediante los lenguajes informáticos, las matrices, los modelos, las pantallas... Las posibilidades, los horizontes ya no son lineales como antaño (lo que los limitaría entre dos puntos en una cadena simple de procesos propia de un espacio perspectivo) sino que poco a poco son imperceptiblemente dispuestos como un “espacio curvo” sin principio ni fin, autorreferencial; paso a las combinaciones de código, a las industrias de la reproducción. De ahí que con la actual crisis por desrealización la buena y vieja producción se desvanece a ojos vista y los sectores productivos, sobre todo los industriales, se parecen cada vez más al artista del hambre de Kafka, anoréxicos y sin esperanza.



¿Y el factor humano, demasiado humano? Frente a los que propugnan una humanización del sistema nos tememos que de esta crisis no va a surgir una forma de organización “más humana”, “más realista” en tanto que "concienciada” por mucho que aquéllos se empeñen, pero por ejemplo tampoco vamos a vivir en distopías como la de Huxley; hace ya tiempo que la civilidad basada en lo lúdico, el ocio y el masaje psicológico ha ganado la partida a las disciplinas. Ante esta imposibilidad de anclar lo económico en realidad alguna entramos nosotros también en este nuevo territorio especulativo, azaroso y parecido a una meteorología: es cuando los reflejos mentales de los individuos y grupos adquieren el mayor peso; rumorología, incertidumbre, instalación en un estado de pánico crónico: se dice que la crisis es en última instancia un problema de confianza. Terminología psicologista que combina muy bien con la imposibilidad de establecer cualquier criterio “objetivo”; nadie confía en el otro y en general no hay confianza alguna en el sistema. Cada uno para sí y Dios contra todos. Los políticos apelan a las masas, las masas a los políticos. La responsabilidad circula como los capitales flotantes, como los indecidibles epistemológicos de la microfísica. Los estados a su vez delegan en las organizaciones supranacionales, que se perfilan como las aliadas involuntarias del dominio de las grandes corporaciones (bio)químicas, farmacéuticas, mediáticas, financieras, etc. Y todo funcionando a una velocidad de conexión tal que lo social se convierte en una postmáquina blanda, fluida y flexible. Y con la conexión perdemos realidad una vez más: agonía de una socialidad que vivió bien temperada gracias a la existencia de un espacio y un tiempo lentos en los que lo público, la reflexión y la responsabilidad eran las modalidades de funcionamiento. Hoy nadie es inocente pero nadie es responsable: de hecho somos todos unos irresponsables, nadie responde de nada ni a nada.



Postdata:
Leo en http://www.marketingdirecto.com/actualidad/agencias/shackleton-lanza-la-campana-de-la-opv-de-loterias-la-mas-grande-de-la-historia/ que Loterías y Apuestas del Estado (LAE) pone el 30 % de su capital en bolsa; reproduzco aquí las frases más significativas del texto que presenta la campaña de marketing y promoción:
“Destacar la condición de excepción al contexto de LAE y su negocio, apoyándonos en sus atributos incuestionables de confianza, rentabilidad y estabilidad, en cualquier contexto económico y a lo largo de 250 años de trayectoria. Convertir ‘los sueños de la gente’, causa principal del éxito perpetuo del negocio de LAE, en el eje de la campaña. En 'La Plaza de los Sueños', espacio diseñado para la ocasión, situado en la Plaza de Callao en Madrid, los visitantes van a encontrar tres esferas gigantes que se iluminarán al atardecer y que servirán de contenedor para los sueños que todo el que quiera podrá escribir en unas tarjetas que se distribuirán allí mismo. Los sueños de la gente se proyectarán en las esferas y las tarjetas en las que fueron escritos, junto a las recolectadas en los buzones instalados en los más de 10.000 puntos de venta de Loterías distribuidos por toda España serán recicladas para fabricar, con su papel, los décimos de Loterías del próximo año. Así, esta es la primera vez en la historia en la que Loterías y Apuestas del Estado utiliza papel reciclado para la elaboración de sus billetes. Los décimos, no sólo harán realidad miles de sueños, sino que estarán ya fabricados con los sueños de la gente (www.labolsadesueños.es). Un sitio web peculiar que, emulando a ‘los mercados’, muestra en tiempo real la cotización, pero no de las acciones de las empresas, sino de los sueños de la gente. La cotización de cada sueño sube o baja en función a cuantos 'inversores' se suscriben a dicho ‘valor’, ofreciendo un nuevo significado al término ‘trading’”.


El caso de Loterías y Apuestas del Estado ejemplifica mejor que cualquier otro caso nuestra situación actual: ¿quién mejor que LAE, que basa su existencia en un juego de azar -el más puro- para ilustrar la desustanciación de las empresas como instituciones de producción y generación de “social”? ¿Qué mejor constelación poética que la Lotería saque sus acciones a bolsa, ese agujero negro de la desrealización de lo económico en favor del puro juego de la especulación? ¿Qué mejor muestra de la fuerza invasiva de lo cibernético y del valor a todos los niveles que el reciclaje ecológico del papel donde los incautos escriben sus sueños? Ya sabemos que el residuo también es valor (pero entonces sus ilusiones, deseos y esperanzas son también reciclados en el proceso, por lo que son también considerados residuos) ¿Qué mejor ejemplo de irrealidad e insustancialidad de lo económico actual que tal muestra de cinismo: montar una parodia de “realización” de los sueños en los que éstos (tomados totalmente a pitorreo) son tratados como “activos”? Y como corolario ¿qué mejor ilustración de obscenidad, de atroz destrucción y banalización de lo humano que hacer que los sueños coticen en bolsa y asimismo en la “de broma”, la creada específicamente por esos buhoneros?

Shakespeare dijo que estamos hechos de la sustancia de los sueños.
Hoy la sustancia de los sueños es el dinero: por tanto estamos hechos de la sustancia del dinero. Tan espectrales, virtuales, especulativos, sin peso, sin referente, sin referencias, hoy, como él mismo.

(Aclaración: parece ser que la operación bursátil no se ha llevado a cabo. No importa. Las connivencias de los implicados han salido claramente a la luz...).




EL PODER, LA DEUDA Y LA CRISIS

“La banca. EL problema, pienso, no es la banca, la banca es UN problema. EL problema es la deuda: toda la deuda: la corporativa, la de las familias ‘la de los bancos’, la de los ayuntamientos, … Piénsenlo: en el fondo arreglar la situación en la que se hallan las entidades financieras no es excesivamente complicado, pero arreglar el problema de la deuda …”




Santiago Niño Becerra




Decía Baudrillard que el poder es la capacidad de dar que uno tiene sin que le sea devuelto, sin que le pueda ser devuelto (Ver El intercambio simbólico y la muerte).

Ahí reside vuestro poder: en que el otro queda, en el orden de lo simbólico, enredado en la deuda. El poder se funda originariamente en daros la vida, en no sacrificaros inmediatamente y condenaros a la muerte lenta del trabajo y del consumo (el poder en lo real se inicia pues con el alejamiento de lo sacrificial, de lo sagrado). El don de la vida sólo puede serle devuelto al sistema con el contradon de la misma, es decir, a través de la muerte, de ponerla en juego, cosa que le horroriza, como a la inmensa mayoría de nosotros. Sobre el don de la vida el sistema edifica todo un entramado de equivalencias ficticias, de dones y contradones (trabajo por salario, dinero por bienes, etc.). Pero es él quien siempre da más. Disuasión por anticipación de toda respuesta o resistencia por saturación de una "oferta" que cubre todos los órdenes de lo social y de la vida. Fin del panóptico (Foucault): ya no es necesaria una mirada central que barre todo el campo con su Ojo Divino. Ahora tenemos la televisión y las pantallas que nos miran, los hipermercados y la publicidad que nos testan incesantemente en tanto que terminales siempre conectadas (1).

He leído en la cita de Santiago Niño que el problema principal de esta crisis sistémica, como él la llama (acertadamente) es el de la deuda. En el momento paroxístico del movimiento, justo antes de la crisis, la deuda triunfa saturando todo el sistema, el don unilateral del poder a todos los niveles se hace tan insoportable que llega también a serlo para sí mismo, el peso de lo que da es tan inmenso que paradójicamente tiene lugar el inusitado colapso en el momento de mayor esplendor de lo real y lo virtual (que es lógicamente el de mayor exclusión de lo simbólico). En el momento del clímax el sistema entra en éxtasis, ha triunfado por completo: pero de repente se hace evidente que la masa del principio de deuda ha asfixiado cualquier posibilidad simbólica de retorno o de un mínimo juego de equivalencias; nada puede ser devuelto. El Poder es el único Astro, el único Gigante Rojo que aplasta todo flujo, todo movimiento, toda diversidad, toda singularidad, etc. y se “realiza” en lo Absoluto. Y ese éxito es automáticamente su propia sentencia de muerte. Ya no puede recibir nada. La monstruosa "realización" de la Deuda destruye la realidad del Poder y se precipita la crisis.

Evidentemente esta agonía del poder va a ser transitoria. El poder del sistema se refundará en lo simbólico sobre sus propias cenizas: las únicas revoluciones son las del sistema, el sistema es el único revolucionario exitoso. Pero en el proceso ya no se reconoce a sí mismo. Es ahí donde la implosión y la fagocitación por lo virtual tiran de él.




(1) Aún hay más; estamos en la Realidad Integral (Baudrillard): el registro y digitalización de la realidad para sustituirla por imágenes y simulacros. El mapa recubre todo el territorio y éste se desvanece como un sueño que tal vez existió. Todo lo que fue la realidad es registrado, todo tiene que ser traducido a ceros y unos y museificado, archivado, miniaturizado. Y pronto tendremos spam en nuestros sueños. El sistema formado por redes, rizoma, flujos, permite una aceleración y una velocidad tales que tenemos que estar conectados, fin de la dialéctica, bienvenidos la conexión y el feedback. Fin del espacio polar cuya distancia permitía la reflexión. Conectividad: aparecen las prótesis (implantes de tecnologías visuales y sonoras, pero también la forma "referendum/test" -"me gusta"/"no me gusta", "teclee aquí o allá", etc.-). El código genético es la definición del ser. Todo ocurre además como un juego, todo es lúdico, táctil, "aprieta el botón". Hipertexto, interactividad, interfaces intuitivas; el rizoma deleuziano es hoy el del sistema y su laberinto. Muerte de los discursos, de los relatos, de los referenciales: "pesan" demasiados bits, demasiados píxeles. Fin del espacio, de la distancia, fin del tiempo, de lo que difiere: bienvenidos a la instantaneidad del "tiempo real". El medio es el mensaje (McLuhan), todo contenido es absorbido por su forma. Fin de la singularidad, triunfo de la reproductibilidad indefinida, del clonaje. Fin del original. Triunfo de la "forma moda": todo es un sistema de signos declinado al infinito conmutando la más ínfima diferenciación marginal, todo son "diferencias", fin de lo bello y lo feo, de lo bueno y lo malo, de los polos que establecían espacios de reflexión y discursos, todo vale; es la Ley Estructural del Valor.

LA NUEVA PANGEA

Interesante enlace que me ha impulsado a divagar sobre estas cuestiones:

http://www.semana.com/estados-unidos/busca-isla-basura/126820-3.aspx


Si no hace mucho se habló de la basura espacial cayendo en forma de pedazos de satélite hay que recordar ahora la existencia de esta isla de residuos (así como la que se halla en el Atlántico Norte) para continuar en forma de pensamientos-basura la silenciosa deriva de las mismas en los mares: creo sinceramente que es una tarea que no vale la pena, razón por la cual me parece una empresa atractiva.
A través de los excrementos, el humus, los fenómenos físicos y todo tipo de restos orgánicos e inorgánicos el universo sigue su imparable expansión y proliferación polimorfa a escala cósmica y microfísica, tal como Bataille anunció en su Ley de la Economía General. A este movimiento descrito en La parte maldita hay que añadir el invento por nuestra especie de la basura no biodegradable: tal vez la primera conquista –de momento- en el camino lleno de peripecias que ineluctablemente llevará a la hibridación entre el mundo salido del Big Bang y el de las cosas. Prueba del excepcional estado de salud de este tipo de formas "residuales" es que se hallan aún en un proceso expansivo, de explosión frente a la implosión de lo real en lo virtual: El único peligro para estos “macroobjetos” insulares es el reciclaje, que las incluiría en la gestión bien temperada de un mundo rizomático y digital. Estas extensiones que navegan a la deriva como geografías ignotas ilocalizables por satélites o radares recuerdan a esos buques fantasma de las leyendas de los marinos, sólo que transformados en una masa blanda y espectral más propia de nuestros tiempos: geometría y geografía variables sin fricción con base alguna –aunque las placas tectónicas terrestres se mueven a la deriva estos simulacros continentales flotan mucho más ligeros y cambiantes, falsando la geología y superándola en estas nuevas formas de lo georesidual que tal vez un día, unidas, constituyan la Nueva Pangea. Estas Terras Incognitas muestran cómo es posible recolonizar el planeta en una fase en la que lo orgánico y lo inorgánico aparecidos “naturalmente” deberán convivir con los simulacros creados por los humanos. ¿Por qué no? Como dijo Werner Herzog la evolución es tan sólo una cadena de desapariciones, y sus límites son inescrutables si sabemos pensar más allá de las débiles murallas de los paradigmas basados en el azar y la necesidad.
-El residuo de la Ilusión, actualizado en los incontables ciclos del intercambio simbólico del mundo y los hombres dio a luz el nuevo universo de lo real y lo social;

-Con el tiempo la trayectoria de lo real llega a un punto límite, en su propio movimiento se convierte en su propio residuo y se bifurca: por un lado proliferan e implosionan todas las formas excremenciales (1) moleculares y capilares del poder, el saber, lo económico o lo social; por otro aparece algo ¿nuevo?: el residuo del residuo, el resto del resto que prosigue su expansión indefinida y tal vez infinita entre nosotros, en el globo y probablemente en el universo: sólo puede hacer otra cosa que acumularse (de la misma forma que hablamos de videosfera, de logosfera, mediasfera, etc. como si fueran continentes o mundos, podemos usar neologismos similares para hablar de estos nuevos territorios -¿residuosfera?- que son la realización en la Tierra del océano pensante de Solaris, que materializaba lo impensado, lo impensable, los residuos de las mentes; aquí se trata de nuestra mente social y sus residuos). ¿”Sopa primigenia” de nuevas quimeras? ¿Plasma de nuevas formas de “vida”, neoplancton surgido de las entrañas viscosas y ubuescas de lo real? (recordemos que las fronteras entre lo vivo y lo no vivo están cada vez menos claras).

Lo georesidual y lo geovirtual van pues de la mano, el primero se expande de forma centrífuga, el otro implosiona centrípetamente, ambos a través de múltiples focos de irradiación y absorción.

Dejemos, para acabar, que nuestra falta de liquidez vital –de la que la actual crisis es también muestra- engendre nuevos monstruos plasmáticos inesperados, simulacros que en estado semilíquido floten en el plasma de las redes y la superficie de los inmensos océanos…




(1) Ver Las Estrategias fatales, de Jean Baudrillard

LA MUSICA CONTRA LA LETRA MUERTA

La vida es revelación.

La música también: abre mundo.

La realidad es más que el Orden real; incluye a éste y la música es un modo de revelar esa realidad.



1) La verdadera “poesía” como experiencia profunda del mundo se desencadena cuando lo que se muestra como un relámpago es esa realidad en su no-clausura, fenómeno que siempre es vivido como “misterio” puesto que no es inteligible ni nombrable. Ese “no-real objetivo” irrumpe, permea y disuelve nuestro mundo de certezas y positividades, entre las que se halla el sujeto de lo real. Y esa experiencia en profundidad es paradójica: me ausento de lo real y soy simultáneamente consciente de esa ausencia, para perderme en ella. Es una condición básica. Si no se da esta conciencia evanescente, si no busco conscientemente la pérdida estoy perdido pero esta vez realmente: en la banalidad de lo real. Debe haber conciencia, pero subordinada al no-saber de la pérdida, de la disolución. Una vez se ha realizado el (des)aprendizaje de la búsqueda de revelación no se puede volver atrás (en la escucha, la ejecución con el instrumento, la comprensión de lo que se está escuchando): todo lo que se “aprende” -escuchar, tocar y sobre todo sentir- se interioriza de tal forma que ya no puede ser ignorado; es un nuevo nivel de sabiduría.

A mayor complejidad y densidad musical mayor revelación; ésta aumenta cuanto más lastre podemos soltar: a más resonancias mayor percepción en la estrellada noche del no-saber, en la que poseeremos la felinidad de los espíritus libres. Por lo tanto búsqueda de densidad, inmersión y profundidad; despliegue de ecos, invocaciones, saturación, paleta sonora, fibras del ser (“sonora” es una palabra tramposa, reveladora del fetichismo materialista fisicalista y de la superstición de lo real que sustenta nuestra cultura: el “sonido” es el concepto con el que podemos encerrar la música en un compartimento estanco y manipularlo, a la vez que la convertimos en un valor más).



2) La música como el habla es irreductible, inaprehensible, escapa a cualquier definición clausuradora puesto que es evanescencia: desaparece justamente mientras cobra existencia y nos volatiliza en su movimiento cuando implosionamos en ella. Por tanto debe ser un metalenguaje que integre y disuelva el orden real en el gran mundo desobjetivándolo, envolviéndolo como las nubes envuelven una montaña y la erosionan a través de las lluvias y los hielos, penetrando en ella para darle forma y a la vez desmaterializarla, proceso que a pesar de ser imperceptible ocurre... Debe ser un metafenómeno que haga implosionar las certezas del orden real y las desborde en las peripecias de una realidad radical.

Esa insustancialización o desmaterialización se dará en mayor o menor grado según los recursos semiológicos que usemos con el fin de desbordarlos: los signos son la cárcel de los contenidos y por tanto deben ser violentados. Contracción extrema, océano, inmersión: máxima concentración de “matices”, negación del espacio separado y separador, apertura de lo simbólico (totalización inmanente e insensata que evoluciona según un ritmo ineluctable) metonimización y metaforización -proximidad del mundo, contigüidad de los tonos cercana a la indiferenciación-: los acordes que presentan menor diferencia tonal en sus notas son por sinestesia mental el equivalente a la contigüidad analógica de la metáfora en el lenguaje (los tropos son los poderes sagrados del habla plena del mundo convertidos en "recursos estilísticos"); ruptura de la identidad clara y distinta de la armonía mediante la mezcla de efectos que alteran el sonido perturbándolo e indiferenciando su pureza platónica, disolución de la separación de los modos... Así Paul Zumthor comenta del blues que éste transmite su “tristeza” con las “notas azules” “entre mayor y menor, equívocas”. Esta referencia es interesante, mas algo anacrónica: se basa en el muy estandarizado blues (por otra parte los estilos también tienen que ser desbordados). ¿Qué diríamos entonces del hechizo de esas armonías y frases mágicas, implosivas, intermedias, inclasificables, de esos pasajes alegremente melancólicos, deprimentemente triunfales, bellamente terribles, intimistas y a la vez saturados de exterioridad, de mundo, que han revelado posteriormente tantos músicos?



Sólo así se siente la alteridad.



3) Interiorizar una canción es “cantar”, “tararear”: un acto de decodificación de letra y melodía. Decodificar es también recitar la tabla de multiplicar, si bien en el primer caso el proceso tiene algo más de juego, de iniciar y acabar algo que tiene cierto aire de vivencia y simultáneamente del desciframiento que proporciona el placer de desvelar una trama inexorablemente ligada. Pero la decodificación no es más que la puesta en acción de un mecanismo. Tiene algo de un “dejarse llevar” pero no es un disolverse, un perderse a uno mismo que es lo que permite la revelación, la sensibilidad de estar en inteligencia, en complicidad con un mundo que nos responde, que entra en el juego, que no es inerte ni silencioso. Nunca puede compararse la simple decodificación con la revelación. Grado ínfimo de plenitud, grado mísero de la vivencia, banal lectura de unas rimas que llevarse a la boca, ese no es nuestro techo, es el de la tradición y hoy el de la industria. Economía política de la música, como existe una economía política del habla.

Lo esencial aquí es que de alguna manera como dice Baudrillard estamos hablando de “juegos de sociedad”; la mala música es muy similar, como lo son también “la mala poesía, la alegoría, o la música ‘figurativa’” -como lo es la música estandarizada-. Tales formas “remiten demasiado fácilmente a lo que ‘significan’, o no hacen más que metaforizarlo en otros términos” -como la canción se agota demasiado fácilmente en la literalidad del texto que encorseta toda posible disolución, como se agota en la positividad de los acordes cartesianos, académicos, en las reiteradas y reiterativas construcciones y escalas-: “así son las charadas, las adivinanzas o los trabalenguas, donde todo se acaba con el descubrimiento de la palabra clave”. Así es la inmensa mayoría de canciones con su “clave” que es el texto y sus previsibles y mínimos juegos melódicos, rítmicos o armónicos. “Pero este placer no tiene nada que ver con el gozo poético que es radical en una forma absolutamente diferente”; el disfrute “es infinito en el texto poético, porque ninguna cifra es aquí reencontrable, ningún desciframiento posible, nunca un significado que ponga fin al ciclo … la clave está definitivamente perdida … nada se descubre allí, nada se expresa ni nada se transparenta … Lo poético destruye todo pasaje hacia un límite final, toda referencia, toda clave. Disuelve el anatema, la ley que pesa sobre el lenguaje”, sobre todo “lenguaje”: por lo tanto también sobre la música. La revelación restituye el misterio de la alteridad del mundo.



4) El texto es el discurso que se cierne sobre la apertura infinita que la música es capaz de operar y la restringe, la extermina. Fin de la apertura del mundo, de la alteridad y grave error de desconocimiento. La música es apertura del ser: por eso cuanto menos predominio del texto tanto mejor (lo que implica también el paso a un segundo plano del “cantante” y su “voz”. El sujeto cartesiano debe consumirse en el vértigo centrípeto de la densidad sonora). Vale para esta música tiranizada por los textos -y por el tratamiento de ella misma como "texto"- lo que escribía Artaud para el teatro: “un teatro que subordine al texto la puesta en escena y la realización es un teatro de idiotas, de locos, de invertidos, de gramáticos, de tenderos, de antipoetas, de positivistas”.

Cerrar textualmente una música siempre es empobrecerla, la inserta en la estrechez del lenguaje, clausura su sentido en el significado del texto y del repertorio de acordes fijados. Pasa a ser dependiente de una inscripción y como ella es materia muerta. No rompe el “estado fragmentario del hombre” del que habla Bataille, homólogo al acto de elección de un objeto que mediante ese gesto excluye inevitablemente a todos los demás -por tanto también de toda otra posibilidad- lo que tiene por consecuencia nuestra propia objetivación en lo real. Estado de fragmentación que en música ocurre con la imposición del tema, de la forma, de la inevitable literalidad de la letra, del lenguaje: elegimos el texto reduciendo lo innombrable fijándolo a su sentido; todos los matices de la expresión quedan enmudecidos o canalizados por una sola idea: es entonces cuando la música pierde su capacidad de totalización y permanece en ese campo hecho de exclusiones al que completamente ignorantes de otras posibilidades llamamos realidad, no salimos de ahí. Uno no puede objetivarse en algo y “ser” plenamente perdiéndose. Nunca se va al límite. Se vive en la supersticiosa calidez de las certezas: cada cosa en su lugar. Por tanto para esa cándida música toda canción debe tener un “mensaje”, un “do” debe ser un “do”.

Ante la mera decodificación podemos aplicar el razonamiento baudrillardiano sobre la banalización que la lingüística como "ciencia positiva" ha operado sobre el lenguaje: en lo poético “se puede plantear la hipótesis de que el gozo es en función directa de esa disolución de toda referencia positiva. El gozo es mínimo allí donde el significado se produce inmediatamente como valor: en el discurso ‘normal’ de la comunicación; palabra lineal y estacionaria, que se agota en la descodificación”, economía política de la palabra y la música. Melodía estándar, acompañamiento con los acordes de repertorio, voz y letra -el Sujeto- vectorizando el conjunto y fijando el sentido: la literalidad de una mala poesía. Pues ésta no es hacer metáforas hermosas, no es sólo hablar de lo mala o bella que es la vida… Es saber conmover disolviendo, más allá del sentido de las propias palabras. Sobra verborrea. Cada palabra debe ser un sol negro que imante el mundo. Minimalismo del sentido, máxima apertura. Es un nivel más profundo que incluye el silencio y puede rozar el delirio. En una música con "aura" el placer no pertenece al orden del lenguaje: por eso decimos que es inenarrable, inefable, que "nos quedamos sin palabras"; nos inundamos y sumergimos en el no-saber, y ese placer (alegría, gozo, plenitud, tristeza, depresión, erotismo, melancolía, violencia...) es directamente proporcional al grado de revelación que la música es capaz de actualizar, al grado en que puede conmover los límites en los que está encerrado el sujeto. En el nivel banal tanto la música como la letra son decodificados como un juego de baja intensidad, un pequeño desciframiento, un pequeño momento lúdico, con lo que el misterio es entonces mínimo; ahí en esa mala música, todo está muy claro y distinto, cartesiana y positivamente diáfano, diferenciado, bien temperado. Dos y dos son cuatro.



Hay acordes que quieren contener el mundo entero, armonías implosivas que hacen acto de resonancia totalizadora. Es cuando el universo se devuelve a su estado de totalidad insensata: hacer esto no implica afirmar una nueva verdad, pues la totalidad insensata no positiviza nada ni forma sistema o polaridad alguna, ni con la verdad ni con lo que ésta excluye. La totalidad insensata hace resplandecer el enigma y la inclusión de lo verdadero y lo falso –y de todos los conceptos- en su implosión y aniquilación.

Y esto vale tanto para la música como para la teoría, como para el conjunto de la vida.

Esta música y este pensamiento del que hablamos es el que debemos preservar a toda costa. Pues ambos permiten abolir la separación de las objetividades que constituyen nuestro mundo y forma de vida; es lo único que puede llevar, como dice Bataille al “hombre completo”: aquél que ha abolido toda instanciación, toda objetividad en favor de una permeabilidad en la que ya nada está separado. La música debe ayudarle en la búsqueda de esa posibilidad; debe ser como el pensamiento según Baudrillard: “un agente provocador, que gestiona la ilusión por la ilusión … Tal vez sea necesario aceptar dos niveles de pensamiento: un pensamiento causal y racional ... y otro nivel de pensamiento, mucho más radical, que formaría parte de un destino secreto del mundo, del que sería una especie de estrategia fatal”.



Un pensamiento perdido



Hay también una música para ese nivel, sólo hay que buscar el camino: sabremos que estamos en él cuando, tras nuestros pasos, nuestras huellas vayan borrándose una a una…













Antonin Artaud:

El teatro y su doble

Georges Bataille:

Sobre Nietzsche. Voluntad de suerte

Jean Baudrillard:

El intercambio simbólico y la muerte

Contraseñas

Paul Zumthor:

Introduction à la poésie orale


LHOTSE

Profunda, insoportable, tremenda nostalgia. Nostalgia de esa luz, esa luz gloriosa y esa soledad plena de riqueza, de hambre de mundo y aura y blanco, una alegría inmensa y tranquila –el mundo, el gran mundo es tranquilo, sereno, hasta en sus catástrofes-: la mía era la sonrisa del mundo, esa sonrisa del ser que a la vez era estallido de luz y brisa helada con la que palpitar, pequeña brasa al rojo que era mi gozoso corazón de criatura jugando en el sinsentido feliz del mundo. Dolor y nostalgia por la altura, por la desmesura, porque lo imposible es revelado en esa roca negra, paredes infinitas de majestad indiferente y espectáculo de soberanía, risa primigenia de un mundo que aún es fábula…
Nostalgia de ir con la nada de lo que acontece, de las apariciones, la luz y la sombra, el viento y el silencio, de esas mágicas horas de la tarde de oro y bronce en el hielo y su infinito juego, y no ser nada más que eso, ser nadie, ser nada.

Nostalgia de esa alegría extática, de flauta del origen que cantaba en el mundo, de cachorro que corretea en feliz desafío de vida, seducido por el mundo en mis poros, en mi ser...

Yo era como las nubes de roca y como las rocas que eran veloces nubes, yo era una bestia del origen embriagada de luz y hielo, con el universo en mis huesos.



(El Lhotse es la cuarta montaña más alta del mundo, con 8.516 m. de altura sobre el nivel del mar. Se halla en Nepal, junto al Everest).


VIVIR EN SECRETO/INMANENCIA DE LA UTOPIA

La utopía se ha concebido siempre como eso que está por venir, ese acontecimiento cuya llegada está diferida en el tiempo y que hay que precipitar mediante la lucha contra el poder. Es esa finalidad por el momento irrealizada, por el momento inexistente puesto que carece de un topos en lo real. Ou topos... no lugar. Por extensión el tiempo va de la mano de lo utópico. Ou cronos... no tiempo: la utopía es a la vez ucronía: el lugar, el diferir y su realización, el espacio, el tiempo y lo real... siempre lo real. La utopía cae en las garras del tiempo porque ocurrirá no se sabe cuándo, pero lo hará si provocamos su advenimiento. La utopía es también presa del espacio porque debe realizarse. Muere entonces al querer hacerse realidad porque el espacio y el tiempo definen lo real... La realización de la utopía: éste ha sido el leitmotiv de los revolucionarios y su error, puesto que las utopías modernas poseen los mismos defectos que lo real, esa ontología en la que Occidente ha basado buena parte de su historia: entre otras cosas quieren ser universalistas, expansivas, verdaderas, racionales, incluso a veces científicas. Reales.


La utopía no debe realizarse. No debe definirse a partir de un topos y un cronos. La utopía acaba con ellos. Para ello debe abandonar la ontología y la fisicalidad de lo real. Si éste es universalista ella debe ser singular, puesto que aquél destruye toda multiplicidad; frente a la irreversibilidad expansiva de lo real debe ser restringida, pues éste es totalitario, se define como tal mediante la colonización de todo; debe ser desenvuelta frente a cualquier verdad, pues ésta es un orden de fundamentación y por tanto aspira a crear un suelo, un lugar, un espacio; debe ser no racional, pues no debe caer en la trampa del discurso, los medios y los fines; debe ser acientífica, pues la ciencia está al servicio de la objetivación del mundo; la utopía no debe ser materialista ni idealista, debe ser no productiva y no representativa.


La utopía es ahora, es siempre ahora, es aquí, está siempre aquí. Como Baudrillard afirma utópicas fueron las herejías que proclamaron el fin de los tiempos en la Edad Media, condenadas por una Iglesia que quería mantener su lugar y su tiempo relegando para ello al final de la historia la llegada del Mesías. Aquéllas anunciaron el advenimiento del Paraíso aquí y ahora constituyéndose como comunidades cerradas, iniciáticas, fuera del mundo (real). Por eso fueron exterminadas. Utopistas también fueron los ludditas, que proclamaban la destrucción del nuevo orden maquinista -aceptado en cambio por el mesianismo marxista que proclamaba la parusía en un futuro de condiciones objetivas maduras y hermanándose de repente con la religión cristiana-. Así lo fueron las sociedades salvajes: órdenes implosivos, centrípetos, ensimismados en su irrealidad, su inmaterialidad, en la evanescencia de su ciclo simbólico, sus rituales de inclusión de un mundo polimorfo y que vive en el Destino...


Vivir en secreto: las revoluciones no existen. Sólo son una ilusión totalitaria, un mecanismo más de perpetuación de ese algo mucho más fundamental que lo que cualquier teoría política, filosófica o científica cree definir como verdad: la trampa de la ontología y la fisicalidad de lo real, el mundo de paredes de cristal, la cronotopía que cubre todo el espectro de la vida regulando el campo de lo concreto a lo abstracto, de lo micro a lo macro, de la vida a la muerte, del sistema y su alternativa revolucionaria, subversiva o como se le quiera llamar… La utopía es la regla iniciática y esotérica, la vida secreta gracias a la que podemos acceder a la espuma de la vida... Debe ser una comunidad de conspiradores que co-inspiran, que respiran en un universo inclusivo y centrípeto que genera otra dimensión distinta a la de lo real, heterogénea, más allá de los señuelos que éste le ofrece a fin de absorberla y como en los mitos antiguos convertirla en piedra, en estatua de sal, objetivarla a imagen de su materialidad e idealidad y asimilarla cuando aquélla se plantea erróneamente hacerle frente… La utopía sólo debe responder al sistema con su silencio, con su indiferencia, con el murmullo de su risa, su gozo y su juego rabioso y feliz…


No queremos una vida, queremos un Destino… Algo que es mucho más que la banalidad de la linealidad de la vida, de su origen y su fin reales. Para ello la palabra, el gozo, el mundo deben circular como los dones en el intercambio simbólico, como en el kula melanesio que imantaba todas las islas en el ciclo de dones y contradones que actualizaba ese limbo sagrado de irrealidad totalmente ajeno a nuestras leyes del mundo y de lo social; debe reencarnarse en la conspiración de lo que permanece y sin embargo es efímero, de lo que es real siendo evanescente, de lo que tiene el mayor valor sin tener precio, de las reglas de la complicidad, la paridad y la obligación. Debe integrar al universo sin límites en el círculo limitado de los implicados, debe ser un crimen contra la realidad por ausencia, por desaparición, por acción del vacuum de toda su ontología, de su disolución, debe contener huracanes adormecidos en la brisa que mecen unas alas de mariposa y desencadenarlos a partir de un susurro…


Vivir en secreto: la utopía puede estar plenamente actualizada, hecha presencia en lo real. No choca con él porque es otra cosa, es una Alteridad Radical, pero para revelarse exige duplicidad con aquél: lo real es sólo una costra, escoria, el residuo de la Ilusión... Podemos ser reales por fuera pero por dentro estamos hechos de Destino, de formas risueñas y crueles, puras e indiferentes, leves y estilizadas como los cirros que peinan el cielo… Todos somos conspiradores.


Vivir en secreto: la utopía jamás puede ser política. El poder es una ruptura de la sociedad, una instancia que se erige sobre la muerte de la comunidad, secuestrando la soberanía que ésta detenta sobre la muerte para condenarnos a una vida perpetua bajo pena capital: vivir se convierte en un castigo. En consecuencia la verdadera pena de muerte es morir de pena por no poder ejercer nuestra soberanía, la que se detenta sólo cuando estamos expuestos a la vida pero también a su pérdida… El poder, sustrayendo la muerte, la desaparición, la evanescencia, condena el mundo de las apariencias e inicia su empresa de construcción, de producción de un mundo que no conoce el juego de las apariciones y desapariciones, de la levedad: una realidad de plenitud opaca, de acumulación, de expansión desbordada e irreversible, de opacidades cerradas a las que llamamos identidades…
El poder es sólo el Dueño del residuo, de lo que convertido en escoria ha arrancado a la Ilusión. Por eso sólo produce realidad, que es la materia muerta y amontonada de la utopía, de la elisión: Elisión = Ilusión. Por tanto ir en contra del poder es caer en la ilusión de lo real, cuando la utopía debe mostrar lo real como ilusión… Ese es el sentido estricto de la palabra utopía: ella es nada y no se mezcla con la realidad. Hay que ser consecuentes con ese significado: seamos nada, juguemos con lo que en nosotros siente la atracción de la nada, del perderse para así vivirlo todo... Sólo de esa forma puede abolirse lo real: mediante la inmediatez y la permeabilidad, mediante la actualización del presente en la evanescencia del habla, del gesto, del cuerpo, de las miradas, del goce, del juego, de lo fasto y nefasto reunidos de nuevo mediante la pérdida y la disolución de la identidad separada y separadora: sólo entonces la dimensionalidad irreductible de lo real, su materialidad e idealidad objetivas pueden ser disueltas como en el arte arden los signos, como en el acto amoroso los amantes se pierden, como las palabras se disuelven en el aire cuando son dichas…


“La utopía no quiere más que la palabra, para perderse en ella”
Jean Baudrillard




DESDE LA ULTIMA PLAYA

El lenguaje, lo económico, lo político, lo social, cualquier estructura que se fija, se materializa -cobra realidad- construye como un mecano el futuro, crea un tiempo, un espacio colonizador,  produce lo real.


Nuestros antepasados se dieron el habla para revelar y profundizar en la ambivalencia de vida y muerte, de evanescencia y renacimiento del presente para seducir a los otros, a las bestias y plantas, al mundo y los astros... Habla plena: El habla y la mente indistinguibles como dominios separados eran inclusivos, no distintivos, impregnados de mundo y formando una red infinita de complicidades conflictuales y seductoras: estas características aún perviven degradadas en lo poético.


Hoy creemos que el habla nació fundamentalmente para comunicar información relacionada con la supervivencia porque en algún momento nos hemos desviado de ella, aplicándonos en la ingente e infinita tarea de creer que podemos reducirla a “lenguaje” y darle un uso para llenarlo, inundarlo de contenidos, de metáforas y efectos mediante su aliada consustancial, la escritura, que en esencia está hecha, fluye y se despliega a imagen y semejanza del capital y del poder: vivimos en la logoestructura y sentimos nostalgia de la evanescencia del habla, del gesto, de la inmediatez de un mundo que responde, que es corresponsable.


Si todo futuro es producido todo presente es ritualizado, actualizado, revelado, pero hemos expulsado la inmanencia del ahora a cambio de una vida que emplaza su razón de ser y su supervivencia en el porvenir... Infinitamente tediosa y desangelada misión la de construir una cronosfera, una toposfera, una cronotopía: de ahí la creación de un pasado interpretado en función de la abstracción de un futuro que secuestra el presente bajo su férrea tiranía, el diferimiento y differànce productos de la extensión de una estructura, de una red o rizoma de aplazamientos... Un vehículo tiene el futuro en sus átomos, está hecho para desenvolverse recorriendo el tiempo. Un teclado es una máquina de creación de duración, está consagrado a la infinitud y linealidad del tiempo a través de la materialidad de la escritura... Nuestra vida se da siempre en el plazo -corto o largo-, en la angustiosa y fatal espera del vencimiento de la muerte. Y de la misma forma que todo existe a plazos y por tanto en el aplazamiento también todo tiene un emplazamiento, un espacio: todo está producido, todo tiene lugar en tanto que ocupa un mundo físico que crea lo infinito y lo infinitesimal.


Nuestros predecesores se dieron el don y el contradon, el sacrificio -el intercambio simbólico- para poder vivir, hablar, reproducirse, alimentarse –pero comer no es lo primero, tampoco lo es el sexo: el lenguaje por ejemplo también es fundamental, nada es “infraestructura” alguna- en un mundo que es corresponsable, en el que las acciones son voluntades humanas e inhumanas ligadas por un pacto entre alteridades (el concepto de voluntad no tiene nada que ver aquí con el animismo como definición superficial de proyección pseudoinfantil de lo humano en el mundo). Hemos degradado y reducido el intercambio simbólico a lo económico para vernos de golpe en la interminable y frustrante tarea de llenarlo de objetos, de cosas, de materia, de valor, de vidas que se consumen en la gran máquina del trabajo y el consumo…


Nuestros ancestros se dieron la guerra, la tradición y el poder de vida y muerte del grupo para poder conjurar la instanciación de una estructura de dominación desgajada de la comunidad. Hemos destruido todo eso en provecho de la implantación de una estructura de servidumbre, de poder y biopoder solidarias de todas las otras rupturas del intercambio simbólico y tenemos que llenarla angustiosamente de masas, de superpoblación, de sumisión, de trabajo, de ocio y melancolía…


Nuestros antepasados se dieron una vida para perderla, inseparable con la muerte en un mundo que nace y se pierde a cada instante... Para que lo real pueda tener sentido es preciso establecer una ontología de la identidad, que cada cosa sea ella y nada más, que todo esté separado, instanciado como positividad: a diferencia de otros mundos no realistas en el nuestro la no identidad y la ambivalencia equivalen a la no existencia o a la exclusión. Hemos conquistado una vida real y por tanto irreversible, acumuladora de objetos, de tiempo, de valor, de poder, de espacio, de lenguaje que no pueden ser perdidos, una vida que desemboca en una muerte desprovista de sentido alguno porque las cauciones que defienden lo real impiden el pleno y gozoso juego de vivir una vida que se llena y simultáneamente se vacía sin cesar y no conoce la prisión de lo idéntico, de lo mismo: hemos construido un mundo que impide el juego con un universo regido por el Destino y que nunca es producido, sino revelado en plena ambivalencia y exención de lo real… Y sentimos nostalgia del juego, porque éste es siempre más grande, serio y cruel que la vida: incluso contrariamente a lo que parece a primera vista el que juega no lo hace para ganar, sino para perder… porque ganar es perderse: ciertamente el ganador conquista en el orden real, acumula. Pero el vencedor lo es porque tal vez es quien más siente la necesidad de ponerse en juego, de jugar con total desenvoltura y al mismo tiempo como si le fuera la vida en ello… Esa es la clave: el que gana pierde porque es el que ha llegado más lejos, ha llevado el juego hasta su cumplimiento final, por lo tanto es quien puede perderse… ha conquistado la nada, lo inútil, la pérdida; ha perdido y se ha perdido… Los que viven en el vértigo del juego sea o no de competición viven la pasión arrebatadora de sentir la plena ambivalencia del todo o nada, de la vida y la muerte inmanentes; aquellos que conquistan un trofeo o alcanzan una cumbre, los que verdaderamente sienten el gozo y la soberanía de haber jugado el gran juego hasta el final son los que se disuelven, los que se vuelven evanescentes en el llanto, los que pierden su identidad cerrada arrasada en lágrimas…

Nuestra especie se dio la Ilusión en un mundo evanescente, inmaterial, inhumano y efímero con el que había que convivir. Nosotros hemos creado lo real y la insustancialidad fundamental del mundo no puede hacer nada contra aquél: tal es la irreductibilidad de lo real, su dimensionalidad, su opacidad y resistencia… ¿Habéis caminado junto a una playa en algún rato muerto, perdido y por tanto reencontrado en esa tranquilidad metafísica que os mece en el sonido de las olas y su inesencialidad luminosa? Ellas se desvanecen, se pierden en la arena frente a los edificios que erguidos en primera línea miran al mar indiferentes, impenetrables…


...Y LA CIENCIA REENCANTÓ AL MUNDO

La ciencia no destierra jamás la Ilusión. Esta idea es ilusa. Lo que debemos ya afirmar urgentemente es que es la Ilusión la que ha creado la ciencia como su instrumento para mostrar la irrealidad fundamental del mundo. Gracias a la ciencia la Ilusión consigue desembarazarse de todo residuo, escoria, cascarilla de lo real y todo su peso muerto y le concede certificado de existencia a través del saber subsidiario que le es consagrado.

Pero no hace mucho que empezamos a entrever que ése no era el objetivo principal: han sido necesarios doscientos años (hasta el siglo pasado) para comprender que lo que la Ilusión pretendía en última instancia era demostrarnos científicamente la inexistencia de lo real, su inobjetividad. Largo proceso por el que los hombres han estado buscando todas las certezas posibles, los referenciales, los signos, todo lo que pudiera permitir pensar que lo real no era más que una niebla transitoria cuyos jirones se desvanecen inexorablemente ya desde hace algún tiempo. A fuerza de tesón e insistencia los científicos han logrado por fin abrir grietas imposibles de restaurar en el edificio de lo real (Lyotard: "La ciencia postmoderna como la investigación de inestabilidades") de forma que ya puede ponerse en duda su estatuto ontológico hablando desde la propia ciencia: la cegadora luz de la Ilusión inunda y traspasa sin que nadie pueda impedirlo las paredes y el interior de la pequeña habitación cerrada que preservaba de todo percance a la realidad, irradia y resplandece en todas direcciones: de este modo la expresión "el siglo de las Luces" adquiere su sentido más profundo, su sentido “real”; sí, son las Luces quienes al final extienden sistemáticamente la Ilusión y revelan el Reencantamiento del Mundo y no -como pensábamos- su descubrimiento e iluminación al objeto de cartografiarlo y transcribir matemáticamente su esencia desencantada...

Por ejemplo ¿cuál es el sentido literal, si no, de la falsación popperiana? Hacer fracasar sin cesar, sin piedad toda teoría, toda hipótesis, todo experimento sobre lo real. La adecuación de éste a una hipótesis nunca se admite definitivamente bajo ningún concepto, la estabilidad que instaura es puramente temporal: aparentemente el objetivo es derribar a la teoría en nombre de la perfectibilidad de nuestro conocimiento de la realidad a través de la ciencia. Pero de hecho la práctica avanza siempre al acecho de la anomalía, el acontecimiento, el surgimiento de lo que se nos escapa, el resquebrajamiento de la certeza... Falsedad, falsación, Ilusión: pasos siempre tentativos pero firmes en la búsqueda de la verdad de la Verdad; ésta por fin se revela y nos muestra que es paródica, siempre irónica y le encanta el escapismo. 

Todo lo real había sido objetivo, tangible, racional. Ahora ya sabemos que eso sólo fue una ilusión.

Sobre una nota perdida en un libro de Jung


Nota anónima encontrada entre las hojas de un ejemplar de “Sobre el simbolismo del mandala”, de Carl Gustav Jung, 1938: 

“Laberintos
Entrañas de sangre, cañones, selvas y ríos, piedra y adobe pintados de ocres y ojos protectores como los de las naves griegas que arrancan espuma en busca de vellocinos de oro. Enigmático caramillo que el pastor hace sonar entre los pinos, mientras el laurel se consume junto a la piedra sacrificial donde un hombre abierto y sangrante es observado, en el que se revelan los signos de un porvenir que ya germina en el presente viviente. Metamorfosis del devenir en carne del mundo en la que cada circunvolución abre una nueva espiral de enigma. Jung dijo que el laberinto simboliza la búsqueda del propio centro, del sí mismo. Nada más equivocado. El laberinto no tiene geografía, pues ésta es la mera escritura del terreno. El laberinto jamás es una escritura, algo reductible a dos dimensiones: No tiene centro en torno al cual los corredores y pasadizos neblinosos gravitan; es un entorno sensible y justamente está hecho para perderse… “Jamás debe confundirse el triunfo con la salida: esa es la visión del que no comprende más allá de lo que tiene delante de sus narices. Pues la verdadera respuesta es que un laberinto comprende a otro y que cada salida es la puerta a un laberinto más inquietante y maravilloso…” Ésas fueron las palabras que aquel hombre cuyo halcón encapuchado descansaba junto a él, de blanca perilla, abrigo rayado, botas de montar, majestuoso turbante y ojos rasgados me dirigió en aquella chaikana del mercado de Mazar-i-Sharif, en Balj, Bactria, antes de perderse él mismo en el dédalo de callejuelas en busca de otras puertas al infinito…"

lunes, 5 de marzo de 2012

Acerca de la posible existencia de los Enigmapas y de su compendio llamado Enigmatlas...




“Yo no quería un mapa del mundo pretendidamente conocido. Yo quería un mapa de los enigmas. Un enigmapa, una cartografía de la sensibilidad que fuera un umbral poético de dispersión”. Así me habló aquel monje que vivía en una cueva cerca del desierto. Me pidió un pergamino, tinta y una pluma, también algo de vino, ese loco vivía tan alejado de todo y era tan pobre… Que me pidiera un pergamino me ...conmovió… Y a la vez me inquietó, pues al día siguiente pensé si no sería uno de esos espíritus que transitan por los laberintos del tiempo.
 
“Una noche salí al exterior, a riesgo de que un djinn de los que aúllan en el desierto se llevara mi alma y mi carne para siempre. Entonces pensé: si Dios hizo el mundo a su imagen y semejanza ¿qué mejor mapa de lo desconocido que fuera espejo de su Divinidad, pues Él siempre es un Enigma para nosotros, que los senderos y continentes que trazan las estrellas en esas noches heladas en las que la escarcha cubre las olas de arena? Y si la mar océana refleja el color del cielo, de lo verdaderamente elevado, nuestro mundo no será fiel reflejo de los continentes y vacíos inmensos como mares que forman los cuerpos celestes en su despliegue? ¿No dicen ciertos herejes que los astros determinan nuestro destino y que somos la imagen de su posición en el momento de nuestro nacimiento?
Fue entonces cuando descubrí que las tierras han sido dibujadas por las estrellas, que los ríos son los caminos de los astros en la noche, que las sendas sin principio ni fin son unas veces transitadas por las constelaciones y otras por la oscuridad más terrible… Enfebrecido como un derviche de los descritos por Arminius Vambery en sus viajes empecé a trazar los contornos de una geografía fantasmagórica escrita en los cielos… Tierras y
mares de los que te hablaré más tarde”.
Y así concluyó: “borracho de luz y de sombras me retiré a mi guarida como un animal nocturno se arrebuja bajo una roca, piel con piedra, preparando mi Enigmatlas para recorrer todos los mundos…”
 
Este es un fragmento del relato que durante toda una noche un eremita que vagaba como un chacal a los pies del Sinaí le contó a Susana Gómez antes de su ascensión a la cumbre para contemplar el amanecer. Ella ha tenido la delicadeza de enviármelo para que lo haga público.

El Urmord o el Origen de la Tragedia.

Si el Big Bang es la gran explosión que contenía el universo, todo él es por tanto su inmensa Zona Cero. El Universo es el Gran Crimen... Y todos los signos del Atentado más grande jamás cometido son, como el mapa de Borges, su territorio mismo… Las estrellas por tanto son Asesinas… Los  agujeros negros, los planetas, las nebulosas, la antimateria son todos Asesinos. Y todos somos criminales y cómplices del Crimen más Grande jamás cometido. La música de las esferas no fue más que un requiem y los trasmundos del cosmos del Renacimiento, hechos de ruedas dentadas jugando a ser mecanismos de relojería, de orden y concierto, son instrumentos de tortura, potros del tormento de la materia, la vida y el vacío. Si como en la escena original de Freud en Tótem y Tabú o en la obra de René Girard matamos al Padre para iniciar el despliegue de las formas diferidas de la cultura, el universo parece seguir el mismo camino en tanto que contiene el asesinato en su origen: y la Física, que quiere ser el profeta de la Palabra de Dios, es también parricida al pretender ser la Sagrada Escritura del cosmos en su viaje interestelar de evangelización y descubrimiento de un Imperio del Orden en el caos aparente.
Mas contra esta hipótesis juega otra más ¿benévola? Si la Explosión Original es el atentado entonces el universo no es más que una víctima inocente. Es entonces como se confirmaría el modelo de una víctima expiatoria cuyo crimen original funda el mundo…  Lo cual no está lejos de de todos los mitos del origen del cosmos, de Nahuatzin, el dios buboso que se arrojó al fuego en el principio dando origen al Sol y que arrastró a la inmolación del resto de divinidades para crear el Universo… El movimiento de la Sociedad Humana es pues homólogo al del Todo, participa del crimen a través de otros asesinatos -nuestra especie es asesina múltiple (¿pero acaso algo no lo es?)-: tal vez habrá que reescribir un Nuevo Contrato Social, un Contrato Universal que incluya lo Incomprensibe: un Cosmos muerto y divinizado ayer por la religión, hoy por la ciencia...
¿Quién es el Asesino, el trickster de los mitos, el Gran Timador?
Respecto a la primera hipótesis, si Dios existe, si Él es el Gran Detonador, debemos dirigir la maquinaria acusatoria contra su Persona. Lo cual no nos aportará nada; estamos muertos, hemos sido asesinados desde el principio: más vale entonces vivir la paz de la muerte y poner fin a los ultramundos, puesto que ya sabemos que el cielo y el infierno están aquí y ahora con nosotros (pero si el Big Bang es un Crimen Perfecto –y tal vez para que un crimen sea la perfección misma debe carecer de objeto, de móvil e incluso de ausencia de asesino, ya sea por su inexistencia o por la ignorancia de sí como tal- entonces Dios es una vez más, como nos dicen los mitos, el Primer Chivo Expiatorio, la Primera Víctima que funda y da su sinsentido a Todo). En cuanto a la segunda hipótesis es posible implicar de nuevo a Dios, puesto que es Todopoderoso en su Gloriosa e Infinita Perfidia: el Universo es un inmenso exvoto de expiación creado por motivos que se nos escaparán eternamente, puesto que ser la Víctima Propiciatoria es estar en la utopía en sentido literal, en el perpetuum inmobile del Enigma, del que la Historia Natural y Social no han sido más que descabellados e insensatos intentos de dar vanas respuestas... Y un día se borrarán como la arena arrastrada por los vientos de cualquier planeta moribundo.

"En los Laberintos Infinitos me pierdo gozoso, llevado de la Mano de Dios. Juntos hacemos camino, Él me ilumina mientras yo canto sus Infinitas Glorias. En el fresco jardín en el que descansaremos, en el oscuro pasadizo, en la cumbre, sé que mi brazo no temblará cuando nuestros puñales se hundan al unísono en nuestros corazones henchidos de Himnos y un Nuevo Universo grite al nacer".