jueves, 13 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD

Queridos y anónimos lectores que ocasionalmente acceden a estas páginas: en primer lugar quisiera agradecerles su buena voluntad y condescendencia. Aunque las visitas no son muchas, me maravillo cuando veo que proceden de todas partes del mundo. Echo de menos algún comentario, pero entiendo que a ustedes les importe un bledo. Aprovecho para felicitarles las fiestas navideñas y desearles una buena entrada en el nuevo año; que el Destino nos tenga preparadas buenas nuevas…
 
Gracias de nuevo a todos (durante estos días de paz y felicidad no olviden abusar un poco de alguna sustancia embriagante, estupefaciente o alucinógena. Es bueno de vez en cuando. A veces. O siempre).




Este post es un pequeño homenaje a Jean Baudrillard. De hecho, como ustedes saben, todo el blog lo es. Hoy el texto lo pondrá directamente él. Transcribo aquí unas líneas de El intercambio simbólico y la muerte, en las que de una forma tan bellísima como demoledora destruye la empresa que occidente emprendió desde que inventó un nuevo mundo y lo invistió mediante la disociación de la vida y la muerte, el Hombre y la Naturaleza, el Sujeto y el objeto, lo salvaje y lo civilizado, la teoría y la práctica… un mundo al que proclamó como el verdadero, el real, el único posible. Aunque Baudrillard utiliza los ejemplos concretos de la lingüística, el marxismo y el psicoanálisis (estos últimos, con todas sus variantes estructuralistas, esquizo, etc. poseían una enorme influencia cuando escribió estas líneas) todo lo que dice de ellos vale en todo momento para el resto de ciencias, saberes, poderes, el conjunto de la praxis y las prácticas: sus palabras nos recuerdan que lo simbólico siempre acecha en el frío corazón de nuestros sistemas; su habla plena siempre resuena en nosotros mismos y nuestras vidas.
 
Jean Baudrillard, El intercambio simbólico y la muerte (págs. 250-252 de la horrible edición en español de Monte Ávila):
 
O. Mannoni lo dice muy bien en “La elipse y la barra” en Clefs pour l'imaginaire, p. 35: “La lingüística nace de la barra que instaura entre significante y significado, y parece que corre el peligro de morir de su reunión, la cual nos remite precisamente a las conversaciones corrientes de la vida. Es esa barra saussuriana la que ha permitido renovar por completo la teoría lingüística. Igualmente, mediante el concepto de una infraestructura material opuesta a la “superestructura”, el marxismo ha fundado algo así como un análisis “objetivo” y revolucionario de la sociedad. El corte funda la ciencia. Es asimismo de la distinción entre teoría y práctica que nace una “ciencia”, una racionalidad de la práctica: la organización. Toda ciencia, toda racionalidad, dura lo que dura ese corte. La dialéctica no hace sino adaptarlo formalmente, no lo elimina jamás. Dialectizar la infra y la superestructura, la teoría y la práctica, o bien el significante y el significado, la lengua y el habla: vano esfuerzo de totalización. La ciencia vive de ese corte, y muere con él. Es por esto que la práctica corriente no científica, tanto lingüística como social, es en cierto modo revolucionaria, porque no hace esta clase de distinciones. Al igual que nunca ha hecho la distinción del alma y el cuerpo, mientras que toda la filosofía y la religión dominantes no vivían sino de esa distinción, tampoco ahora la práctica social, inmediata, “salvaje”, la nuestra, la de todos, hace distinción de la teoría y la práctica, de la infra y de la superestructura; es de por sí, impremeditadamente, transversal, más allá de la racionalidad, burguesa o marxista. La teoría, la “buena” teoría marxista, no analiza nunca esta práctica social real, analiza el objeto que ella se atribuye por disociación de esta práctica en una infra y una superestructura, o bien analiza el campo social que se atribuye a través de la disociación entre teoría y práctica. Nunca se integrará a esta “práctica”, porque aquella no existe sino de haberla viviseccionado. Afortunadamente esta práctica sí comienza a integrarse en ella y a sobrepasarla. Pero entonces, se acabó el materialismo dialéctico e histórico. De igual modo, la práctica lingüística inmediata, cotidiana, la de la palabra y del “sujeto hablante”, no tiene en cuenta la distinción entre el signo y el mundo (ni la del significante y el significado, ni lo arbitrario del signo, etc.). Benveniste lo dice y lo reconoce, pero a título informativo, puesto que es el estadio que la ciencia precisamente supera y deja atrás: sólo le interesa el sujeto lingüístico, el sujeto de la lengua, que es al mismo tiempo el sujeto del saber: él, Benveniste. En alguna parte, sin embargo, es el otro quien tiene razón, el que habla más acá de la distinción del signo y del mundo, en plena “superstición”; es cierto que en lo esencial, sabe más, y con él cada uno de nosotros, y el propio Benveniste sabe más de ello que el lingüista Benveniste. Porque la metodología de la separación del significante y del significado no vale más que la metodología de la separación del alma y el cuerpo. Es el mismo imaginario aquí y allá. En un caso, el psicoanálisis (1) lo ha mostrado, en el otro, lo poético también lo muestra. Pero en el fondo no ha habido nunca necesidad del psicoanálisis ni de lo poético: nadie lo creyó nunca, fuera de los propios sabios y los lingüistas, como nadie creyó jamás en la determinación en última instancia por lo económico, fuera de los cientifistas de la economía y sus críticos marxistas.
 
Virtualmente, pero literalmente hablando, no ha habido nunca sujeto lingüístico, no es ni siquiera cierto de nosotros los que hablamos cuando no hacemos otra cosa que reflejar pura y simplemente ese código de la lingüística. Igualmente, no ha habido jamás sujeto económico, homo economicus: esa ficción no ha sido nunca inscrita en ninguna parte, sino en un código. Igualmente no ha habido nunca sujeto de la conciencia, y por lo mismo, tampoco sujeto del inconsciente. En la práctica más simple, siempre ha habido algo que atraviesa esos modelos de simulación, que son todos modelos racionales; ha habido siempre una radicalidad ausente de todos esos códigos, de todas esas racionalizaciones “objetivas” que en el fondo nunca han dado lugar más que a un solo gran sujeto: el sujeto del saber, cuya forma esta destrozada desde hoy, desde ahora, por el habla indivisa (2). En el fondo, cualquiera sabe siempre más de eso que Descartes, que Saussure, que Marx, que Freud”.


 
(1) Pero atención: todo esto vale para el propio psicoanálisis. Él también vive del corte entre procesos primarios y secundarios, y morirá del fin de esa separación. Es cierto que el psicoanálisis es “científico” y “revolucionario” cuando explora todo el campo de las conductas a partir de ese corte (del inconsciente). Pero quizá un día se percibirá que la práctica real, total, inmediata, no obedece a ese postulado, a ese modelo de simulación analítica; que la práctica simbólica está de entrada más allá de la distinción procesos primarios/secundarios. Ese día, el inconsciente y el sujeto del inconsciente, el psicoanálisis y el sujeto del saber (psicoanalítico) habrán vivido en provecho del campo simbólico (el campo analítico habrá desaparecido en cuanto tal, en la separación que él establece a su vez). Podemos ver por muchos signos que esto ya tiene lugar.
 



(2) Esta palabra no tiene nada que ver con la acepción lingüística del término “habla”, tomada dentro de la oposición lengua/habla, en la que está sometida a la lengua. El habla indivisa (simbólica) niega la distinción lengua/habla; como la práctica social indivisa niega la distinción teoría/práctica. Sólo la palabra “lingüística” no dice lo que dice, pero tal palabra no ha existido nunca, sino en el diálogo de los muertos. El habla concreta, actual, dice lo que dice, y todo lo demás al mismo tiempo. No observa la ley de discreción del signo, de separación de las instancias, sino que habla a todos los niveles al tiempo, mejor aún: deshace el nivel de la lengua y, por tanto, de la lingüística misma. Esta en cambio, trata de imponer una palabra que sólo sea la ejecución de la lengua, es decir, el discurso del poder.