Este post es un pequeño homenaje a Jean Baudrillard. De hecho, como ustedes saben, todo el blog lo es. Hoy el texto lo pondrá directamente él. Transcribo aquí unas líneas de El intercambio simbólico y la muerte, en las que de una forma tan bellísima como demoledora destruye la empresa que occidente emprendió desde que inventó un nuevo mundo y lo invistió mediante la disociación de la vida y la muerte, el Hombre y la Naturaleza, el Sujeto y el objeto, lo salvaje y lo civilizado, la teoría y la práctica… un mundo al que proclamó como el verdadero, el real, el único posible. Aunque Baudrillard utiliza los ejemplos concretos de la lingüística, el marxismo y el psicoanálisis (estos últimos, con todas sus variantes estructuralistas, esquizo, etc. poseían una enorme influencia cuando escribió estas líneas) todo lo que dice de ellos vale en todo momento para el resto de ciencias, saberes, poderes, el conjunto de la praxis y las prácticas: sus palabras nos recuerdan que lo simbólico siempre acecha en el frío corazón de nuestros sistemas; su habla plena siempre resuena en nosotros mismos y nuestras vidas.
Jean
Baudrillard, El intercambio simbólico y
la muerte (págs. 250-252 de la horrible edición en español de Monte Ávila):
O.
Mannoni lo dice muy bien en “La elipse y la barra” en Clefs pour l'imaginaire,
p. 35: “La lingüística nace de la barra que instaura entre significante y
significado, y parece que corre el peligro de morir de su reunión, la cual nos
remite precisamente a las conversaciones corrientes de la vida”. Es esa barra saussuriana la
que ha permitido renovar por completo la teoría lingüística. Igualmente,
mediante el concepto de una infraestructura material opuesta a la “superestructura”,
el marxismo ha fundado algo así como
un análisis “objetivo” y revolucionario de la sociedad. El corte funda la
ciencia. Es asimismo de la distinción entre teoría y práctica que nace una “ciencia”,
una racionalidad de la práctica: la organización. Toda ciencia, toda
racionalidad, dura lo que dura ese corte. La dialéctica no hace sino adaptarlo
formalmente, no lo elimina jamás. Dialectizar la infra y la superestructura, la
teoría y la práctica, o bien el significante y el significado, la lengua y el
habla: vano esfuerzo de totalización. La ciencia vive de ese corte, y muere con
él. Es por esto que la práctica corriente no científica, tanto lingüística como
social, es en cierto modo revolucionaria, porque no hace esta clase de
distinciones. Al igual que nunca ha hecho la distinción del alma y el cuerpo,
mientras que toda la filosofía y la religión dominantes no vivían sino de
esa distinción, tampoco ahora la práctica social, inmediata, “salvaje”, la
nuestra, la de todos, hace distinción de la teoría y la práctica, de la infra y
de la superestructura; es de por sí, impremeditadamente, transversal, más allá
de la racionalidad, burguesa o marxista. La teoría, la “buena” teoría marxista,
no analiza nunca esta práctica social real, analiza el objeto que ella
se atribuye por disociación de esta práctica en una infra y una
superestructura, o bien analiza el campo social que se atribuye a través de la
disociación entre teoría y práctica. Nunca se integrará a esta “práctica”,
porque aquella no existe sino de haberla viviseccionado. Afortunadamente esta
práctica sí comienza a integrarse en ella y a sobrepasarla. Pero
entonces, se acabó el materialismo dialéctico e histórico. De
igual modo, la práctica lingüística inmediata, cotidiana, la de la palabra y
del “sujeto hablante”, no tiene en cuenta la distinción entre el signo y el
mundo (ni la del significante y el significado, ni lo arbitrario del signo,
etc.). Benveniste lo dice y lo reconoce, pero a título informativo, puesto que
es el estadio que la ciencia precisamente supera y deja atrás: sólo le interesa
el sujeto lingüístico, el sujeto de la lengua, que es al mismo tiempo el sujeto
del saber: él, Benveniste. En alguna parte, sin embargo, es el otro quien tiene
razón, el que habla más acá de la distinción del signo y del mundo, en plena
“superstición”; es cierto que en lo esencial, sabe más, y con él cada uno de
nosotros, y el propio Benveniste sabe más de ello que el lingüista Benveniste.
Porque la metodología de la separación del significante y del significado no
vale más que la metodología de la separación del alma y el cuerpo. Es el mismo imaginario
aquí y allá. En un caso, el psicoanálisis (1) lo ha mostrado, en el otro, lo poético
también lo muestra. Pero en el fondo no ha habido nunca necesidad del psicoanálisis
ni de lo poético: nadie lo creyó nunca, fuera de los propios sabios y los lingüistas,
como nadie creyó jamás en la determinación en última instancia por lo
económico, fuera de los cientifistas de la economía y sus críticos marxistas.
Virtualmente,
pero literalmente hablando, no ha habido nunca sujeto lingüístico, no es
ni siquiera cierto de nosotros los que hablamos cuando no hacemos otra cosa que
reflejar pura y simplemente ese código de la lingüística. Igualmente, no ha
habido jamás sujeto económico, homo economicus: esa ficción no ha sido
nunca inscrita en ninguna parte, sino en un código. Igualmente no ha habido
nunca sujeto de la conciencia, y por lo mismo, tampoco sujeto del inconsciente.
En la práctica más simple, siempre ha habido algo que atraviesa esos
modelos de simulación, que son todos modelos racionales; ha habido siempre
una radicalidad ausente de todos esos códigos, de todas esas racionalizaciones
“objetivas” que en el fondo nunca han dado lugar más que a un solo gran sujeto:
el sujeto del saber, cuya forma esta destrozada desde hoy, desde ahora,
por el habla indivisa (2). En el fondo, cualquiera sabe siempre más de eso
que Descartes, que Saussure, que Marx, que Freud”.
(2)
Esta palabra no tiene nada que ver con la acepción lingüística del término “habla”,
tomada dentro de la oposición lengua/habla, en la que está sometida a la
lengua. El habla indivisa (simbólica) niega la distinción lengua/habla; como la
práctica social indivisa niega la distinción teoría/práctica. Sólo la palabra
“lingüística” no dice lo que dice, pero tal palabra no ha existido nunca, sino
en el diálogo de los muertos. El habla concreta, actual, dice lo que dice, y todo
lo demás al mismo tiempo. No observa la ley de discreción del signo, de
separación de las instancias, sino que habla a todos los niveles al tiempo,
mejor aún: deshace el nivel de la lengua y, por tanto, de la lingüística misma.
Esta en cambio, trata de imponer una palabra que sólo sea la ejecución de la
lengua, es decir, el discurso del poder.